El Eco de Bobadilla RELATOS

EL FERROVIARIO

LLEGÓ, SE FUE Y VOLVIO PARA QUEDARSE

POR FRANCISCO REINA

El miércoles 16 de enero de 1974, el expreso Costa del Sol procedente de Madrid con destino a Málaga llegaba a la Estación de Bobadilla con hora y media de retraso. De los muchos viajeros que descendieron en el andén principal, unos para realizar transbordo a otros trenes y otros para quedarse por los motivos que fuese, llamó la atención por la forma de apearse, antes incluso de que el tren estuviese totalmente estacionado, una persona sencillamente vestida cuyo único equipaje consistía en una canasta de mimbre.

Ya en la estación, con una actitud claramente reveladora de su intención, comenzó a examinar con detenimiento y avidez todo cuanto le rodeaba. Observó cómo un grupo de  personas muy diverso, entre las que se encontraban jóvenes con atuendo uniformado, ellos con pantalón gris, jersey azul, camisa blanca y corbata, ellas igual, pero con falda y sin corbata, se dirigían por el paso inferior hacia uno de los andenes donde estaba estacionado una composición de tren formada por un sólo vagón de pasajeros, remolcado por una locomotora diésel de maniobras Alco 1324, dispuesta para salir.

Su primera impresión fue al entrar al lujoso y amplio restaurante de la estación que ya a esa hora se encontraba abarrotado de clientes. Después de no se sabe que gestión en el gabinete de circulación, preguntar algo a un camarero que pregonaba la venta de bocadillos, comprar una cajetilla de tabaco en la bien surtida librería-estanco de la estación, se dirigió al exterior hacia un lugar más tranquilo donde poder desayunar; circunstancia respecto de la cual no tuvo el mayor impedimento puesto que, justo después de la explanada donde se encontraban aparcados en batería los taxis, había varios bares, decantándose por uno cuyo rótulo comercial rezaba “Bar Julián”. Nada más entrar, a mano izquierda, le llamó la atención un hombre de cierta edad sentado en una mesa junto a un humeante café. Esta persona iba extrañamente ataviada, cubierto con un Lepanto militar de marinero y otros muchos abalorios colgados en su pechera a modo de condecoraciones.

La mañana era muy fría, henchida por una intensa niebla que traía causa en la helada de la noche anterior y que con los primeros rayos del sol empezaba a dejar entrever un cielo azul que a esa hora no empañaba ni una sola nube. Pidió un café con leche a la camarera, sacó de su canasta unas viandas, las cuales, con mucha parsimonia y sin dejar de observar al personal de su entorno, dio buena cuenta de ellas.

En el bar le habían dado norte del transportista local y tras localizar a éste y mantener una extensa conversación con él se marchó a recorrer las calles del pueblo, encaminándose en primer lugar hacia el grupo de viviendas propiedad de RENFE, denominadas popularmente “Las Casas Grandes”. Después hacia una prominente y majestuosa chimenea circular de ladrillo cara-vista que le había llamado la atención. Antes de llegar a su objetivo, una persona de aspecto desaliñado, con una bolsa colgada en bandolera en el hombro derecho, se le acercó y tras decirle “Alabado sea Dios”, le pidió que por favor le diese una limosna  o en su caso un cigarrillo.

Luego de su amplio y extenso recorrido por el pueblo, regresó de nuevo a la estación para en el “Catalán”, regresar a su lugar de origen. Tres meses más tarde de su primera visita volvía a Bobadilla Estación. En esta ocasión con su familia y todos sus enseres domésticos y demás pertenencia que previamente había facturado en un vagón de mercancías y que nada más llegar, con la ayuda de otros compañeros ferroviarios, desembarcó en el muelle cercano a la estación para acto seguido, el transportista local, accediendo por el “portillo” y en su moto-carro las trasladase a su nuevo domicilio sito en las Casas Grandes.

 

Fdo.: Francisco Reina Hidalgo