Había una vez un viajero llamado Diego, cuyo corazón estaba abatido por la enfermedad de su madre, María. Viajaba en tren desde una ciudad lejana con la esperanza de llegar a su hogar a tiempo para cuidarla. El tren serpenteaba por los campos y montañas, avanzando sin cesar hacia la Estación de Bobadilla, donde Diego debía hacer un transbordo a otro tren.
Al llegar a la Estación de Bobadilla, Diego se encontró con una larga espera hasta la llegada del siguiente tren. Decidió salir del recinto de la estación para despejar su mente y tomar un poco de aire fresco. Mientras paseaba por las calles cercanas, sus ojos se posaron en un pequeño habitáculo en una pared, donde reposaba la figura de un santo. El habitáculo estaba adornado modestamente, pero la imagen del santo irradiaba una serenidad que atrajo a Diego.
Movido por una intuición y una fe profunda, Diego se acercó a la imagen del santo. Se arrodilló ante él y, con lágrimas en los ojos, le pidió con gran devoción la pronta recuperación de su madre. Le prometió que, si su madre sanaba, él volvería algún día para darle las gracias.
Los años pasaron. La madre de Diego se recuperó milagrosamente y vivió muchos años más, disfrutando de la compañía de su hijo. Diego nunca olvidó la promesa que había hecho en aquel momento de desesperación y fe.
Un día, muchos años después, el destino llevó a Diego nuevamente a la Estación de Bobadilla. Al recordar su promesa, se dirigió con determinación al pequeño habitáculo que había visitado tantos años atrás. Para su asombro y alegría, el santo seguía allí, mirando con la misma serenidad que había visto la primera vez.
Diego buscó a un empleado de la estación y pidió una escalera. Con sumo cuidado, subió hasta donde estaba la imagen del santo y colocó un bonito ramo de flores a sus pies. Con el corazón lleno de gratitud, se dirigió al santo y le dijo: «Gracias, santo bendito, por escuchar mis plegarias y salvar a mi madre de su enfermedad. Nunca olvidaré tu bondad.»
Con una última mirada de agradecimiento, Diego descendió de la escalera. El tren que esperaba llegó, pero Diego sabía que su viaje no había sido solo para cambiar de tren, sino para cerrar un ciclo de fe y gratitud. Subió al tren con el corazón en paz, sabiendo que había cumplido su promesa y agradecido por el milagro que le había sido concedido.
*(Un cuento basado en una historia real, los nombres son ficticios)
Redacción El Eco de Bobadilla 2024